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La Petición [Priv]
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La Petición [Priv]
El viaje a Eädur había sido rápido y discreto, a Edouard no le gustaba mucho alejarse de Sendária y más con los interminables problemas que ocurrían últimamente, suerte que su Tía Victoria era perfectamente capaz de encargarse de todo… el intercambio de hierro y carbón había sido provecho para ambas partes, pero desafortunadamente el capitán que había contratado para la expedición había contraído una extraña enfermedad. Había comenzado literalmente a agusanarse…
No sabía cómo se le habían contraído, se le fueron abriendo poco a poco una llagas supurantes, y pese a la infinidad de bálsamos que se le aplicaban día con día, nada pudo evitar que al cabo de un tiempo diminutas larvas blancas hicieran su aparición entre las heridas tumefacta, era como un extraño cadáver que hubiera decidido descomponerse mientras aún se encontraba en condiciones de hablar y maldecir.
—¡Fue culpa de ese maldito mercader…! —Reclamaba una y otra vez, mascullando y rechinando los dientes mientras la solícita cocinera negra, que solía hacer las veces de «cirujano» de a bordo, le lavaba con vino caliente y le aplicaba dolorosas e inútiles pomadas.
—¡Córtame la pierna antes de que este podrida la muy puta! —Por culpa de aquel desconocido parásito tropical, el antaño bromista y malhablado capitán se fue transformando en un ser airado y temeroso, que se rebelaba airadamente ante la idea de terminar zampado por tan asquerosos larvas.
—Siempre contemple la probabilidad de morir durante un abordaje —decía—. E incluso que me ahorcaran por acusarme de traición. Pero…. Esto… esto… esto es pudrirme en vida… ¡Mitra! ¡Eso sí que no lo puedo soportar!
Un hombre angustiado que pasaba los días mordiendo con fuerza una manta, y las noches en vela no se encontraba a todas luces en condiciones de comandar a una tripulación de indeseables y vividores, por lo que al amanecer de una agónica noche en que el capitán mandó llamar a Lord Edouard a su camarote donde le espetó sin más preámbulos:
—Su excelencia, necesito pedirle un favor, es de vital importancia si quiere que regresemos a sendária
—Con gusto, capitán ¿de qué se trata?
—Según un marinero, sólo existe una persona por estos rumbos que pueda curarme; un curandero que vive en las islas Drozhna.
—¿Y cómo voy a convencerle?
—Como se convence a todo el mundo: con oro. —Le cogió la mano y se la apretó con fuerza—. ¡Ofrézcale lo que pida, por favor su excelencia pero tráigamelo, estos malditos gusanos me están matando!
Lord Edoaurd era orgulloso como todo buen noble. pero cuando observó aquel rostro demacrado y aquel cuerpo enflaquecido y mustio no pudo negarse.
Seis días más tarde fondearon en el corazón de las islas Drozhna, un bellísimo archipiélago de aguas cristalinas, e islotes diminutos en los que el tras botar una de las chalupas y llenarla casi hasta las bordas de toda clase de peces, el contramaestre señaló hacia el oeste.
—A unas dos horas de navegación, bordeando la costa, distinguirá una enorme bahía. Entre sin miedo su excelencia y ponga rumbo al puerto de pescadores, que es el que está a babor. Venda el pescado, desembarque con él, como si fuera un encargo, y luego pregunte por la casa del curandero. Todo el mundo le conoce.
Lord Edouard obedeció al pie de la letra las indicaciones del segundo de a bordo, le resultaba inquietante la idea de viajar sin su escolta y repugnante que un hombre de su alcurnia y abolengo tuviese que vestirse de esa forma y que fingirse un humilde pescador, lo bueno es que en esas islas nadie le conocía ni sabían quién era… Con todo no pudo evitar un cierto nerviosismo.
El puerto bullía de vida y agitación, de modo que nadie pareció reparar en la llegada de una pequeña barca de pesca, y tras malvender su carga regateando lo justo para no despertar sospechas, Lord Edoaurd de Sendaria se encaminó sin prisas hacia el puerto.
Media hora después golpeaba el aldabón de una gruesa puerta que se abría al fondo de una estrecha callejuela a tiro de piedra…
No sabía cómo se le habían contraído, se le fueron abriendo poco a poco una llagas supurantes, y pese a la infinidad de bálsamos que se le aplicaban día con día, nada pudo evitar que al cabo de un tiempo diminutas larvas blancas hicieran su aparición entre las heridas tumefacta, era como un extraño cadáver que hubiera decidido descomponerse mientras aún se encontraba en condiciones de hablar y maldecir.
—¡Fue culpa de ese maldito mercader…! —Reclamaba una y otra vez, mascullando y rechinando los dientes mientras la solícita cocinera negra, que solía hacer las veces de «cirujano» de a bordo, le lavaba con vino caliente y le aplicaba dolorosas e inútiles pomadas.
—¡Córtame la pierna antes de que este podrida la muy puta! —Por culpa de aquel desconocido parásito tropical, el antaño bromista y malhablado capitán se fue transformando en un ser airado y temeroso, que se rebelaba airadamente ante la idea de terminar zampado por tan asquerosos larvas.
—Siempre contemple la probabilidad de morir durante un abordaje —decía—. E incluso que me ahorcaran por acusarme de traición. Pero…. Esto… esto… esto es pudrirme en vida… ¡Mitra! ¡Eso sí que no lo puedo soportar!
Un hombre angustiado que pasaba los días mordiendo con fuerza una manta, y las noches en vela no se encontraba a todas luces en condiciones de comandar a una tripulación de indeseables y vividores, por lo que al amanecer de una agónica noche en que el capitán mandó llamar a Lord Edouard a su camarote donde le espetó sin más preámbulos:
—Su excelencia, necesito pedirle un favor, es de vital importancia si quiere que regresemos a sendária
—Con gusto, capitán ¿de qué se trata?
—Según un marinero, sólo existe una persona por estos rumbos que pueda curarme; un curandero que vive en las islas Drozhna.
—¿Y cómo voy a convencerle?
—Como se convence a todo el mundo: con oro. —Le cogió la mano y se la apretó con fuerza—. ¡Ofrézcale lo que pida, por favor su excelencia pero tráigamelo, estos malditos gusanos me están matando!
Lord Edoaurd era orgulloso como todo buen noble. pero cuando observó aquel rostro demacrado y aquel cuerpo enflaquecido y mustio no pudo negarse.
Seis días más tarde fondearon en el corazón de las islas Drozhna, un bellísimo archipiélago de aguas cristalinas, e islotes diminutos en los que el tras botar una de las chalupas y llenarla casi hasta las bordas de toda clase de peces, el contramaestre señaló hacia el oeste.
—A unas dos horas de navegación, bordeando la costa, distinguirá una enorme bahía. Entre sin miedo su excelencia y ponga rumbo al puerto de pescadores, que es el que está a babor. Venda el pescado, desembarque con él, como si fuera un encargo, y luego pregunte por la casa del curandero. Todo el mundo le conoce.
Lord Edouard obedeció al pie de la letra las indicaciones del segundo de a bordo, le resultaba inquietante la idea de viajar sin su escolta y repugnante que un hombre de su alcurnia y abolengo tuviese que vestirse de esa forma y que fingirse un humilde pescador, lo bueno es que en esas islas nadie le conocía ni sabían quién era… Con todo no pudo evitar un cierto nerviosismo.
El puerto bullía de vida y agitación, de modo que nadie pareció reparar en la llegada de una pequeña barca de pesca, y tras malvender su carga regateando lo justo para no despertar sospechas, Lord Edoaurd de Sendaria se encaminó sin prisas hacia el puerto.
Media hora después golpeaba el aldabón de una gruesa puerta que se abría al fondo de una estrecha callejuela a tiro de piedra…
Lord Edouard de Sendaria- Mensajes : 82
Fecha de inscripción : 15/02/2015
Hoja de personaje
Nivel: 1
Experiencia:
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