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Historia | Capítulo I | El Principio de Todo

Hace mucho tiempo, tanto como para recordarlo; cuando las tierras estaban vacías, los volcanes, vientos y océanos no existían. No había seres, vida, ruido. Cuando todo, de la nada, a lo lejos, explotó. Con este colosal estruendo, la vida y el caos surgió. Miles de trozos surcaron los oscuros más allá. Rocas gigantes impactaron elevando las aguas, otras se estrellaron con tal fuerza, que las montañas, cerros y mesetas fueron creados.

Hubo partes cuyo choque se dio en las antes caídas rocas, del golpe se crearon las cuevas y pozos. Del interior, en lo más profundo de la explosión, estelas de vida se esparcieron sobre los dioses cuya labor era el de crear y distribuir por toda la extensión terrenal, acuática o aérea a más deidades y criaturas. Cuando en la caída, la estela y ceniza se mezclaron, surgió una magia tan pura y poderosa. De las cenizas de la detonación crecieron las flores, bosques, algas y frutos.

Del caos, germinaron los dioses, hijos que dieron vida a tanto inmortales como mortales, algunos muy poderosos y con habilidades sobrehumanas, mientras que muchos otros, aunque siendo especiales, no poseían prodigiosa virtuosidad.

Los dioses viven; algunos observan desde lo más alto sus creaciones, otros juegan y el resto interactúan con éstas en la tierra. Hay algunos que optan por dejar su lugar en lo invisible para andar entre nosotros, tornando su cuerpo a uno mortal tras una reencarnación. Unas veces como humanos, otras como seres mágicos. Conscientes o inconscientes de su proceder o nueva vida, no se duda que siempre permanecen vigilando nuestro actuar.