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Mensaje por Estigma Vie 18 Jul 2014, 12:39 am



Genesis Anzuriano
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El comienzo





El Inicio


En un principio era el caos, y el caos era el todo y todo era caos, la energía fluía por todo el universo y la luz se hallaba prisionera en ella, y nada se podía ver pues no existía ojo alguno.

Entonces, por alguna razón que ni los dioses entienden pues es anterior a su concepción, el caos se detuvo y engendró una hija: Gea. La cual tuvo el primer entendimiento de las cosas, cuando este entendimiento apareció en el Universo, surgió la Luz y el Universo se iluminó por primera vez.

Entonces a la luz del fuego sagrado que vivía en el interior de Gea, se vio el perfil de los otros hijos del caos, de los primeros dioses que poblaron el universo, conciencias frías y desordenadas que giraban en torno a Gea, hostiles, herederos de la voluntad de su padre: el Caos, quien tras dar sus energías a sus hijos, desapareció para siempre; estos dioses son los que mas tarde fueron conocidos como los “Dioses Primigenios”, y su hermana mayor, Gea, es la madre de todas las actuales cosas.

Los dioses primigenios solo tuvieron conciencia de su existencia al verse reflejados por la luz de Gea y la odiaron por ello, de manera que inmediatamente empezaron a tramar y a urdir contra ella, la detestaban con toda su fuerza, que era grande y terrible; ellos no tenían forma comprensible para los ojos de las gentes que habitan hoy en el mundo, sin embargo su oscuridad era lo suficientemente densa como para hacer sentir su existencia.

Gea se sentía muy sola y era infeliz rodeada de todos esos seres caóticos que la observaban desde los límites de su luz; de manera que para sentirse acompañada, creó a las estrellas, que son sus fieles compañeras hasta el día de hoy y cuyo trayecto el cielo nocturno puede verse cada que el sol se oculta.

Sin embargo, Gea no podía hablar con las estrellas, pues las había colocado muy lejos de si y no les había dado más lenguaje que el de sus movimientos, de manera que decidió poblar su seno con sus hijos, y así surgieron los Dioses Arquetípicos, padres de las grandes razas que habitan ahora por todo Anzus

En ese entonces las Madres y Padres de las grandes razas no habían inventado aún a nuestros ascendientes, si no que Auxiliando a su madre, crearon las plantas, los animales y las distintas artes como la música, la escritura y la oferbrería, cada cual según los dones que Gea les había impartido, en paz y armonía.

Sin embargo los Dioses Primigenios, que habían visto todas estas cosas, se enfurecieron aún mas, y con el ejército de los cientos de miles de seres que habían engendrado y que se engendraban entre si en una orgía eterna (que son los llamados demonios) se arrojaron contra Gea como una lluvia de destrucción y muerte que caía del cielo, desde el espacio mas allá de las estrellas.

La guerra fue cruenta y cruel, y la destrucción sobre toda la faz de Gea fue desoladora, sus hijos, los Arquetípicos, poco podían competir contra los voraces Dioses Primigenios que llevaban en si la esencia misma de la destrucción y el caos, cada día la guerra parecía mas y mas cercana a su final: a la destrucción total de Gea y a borrar la existencia misma de su nombre.

Gea comprendió que sus hijos jamás podrían competir contra una esencia que era mas antigua, de manera que sacrificó su primogenitura y su poder y renunció a su vida consciente a favor de sus hijos, dejando como único rastro de su existencia su cuerpo y la llama que alumbró por primera vez el universo, que yace en su interior y que todos los Dioses Arquetípicos hasta el día de hoy respetan.

Los Dioses Arquetípicos, unidos todos en causa común y armados con el poder de su madre, derrotaron finalmente a todos los Dioses Primigenios, encerrándolos en dimensiones extrañas a algunos, o durmiendo a otros en lo mas profundo del océano, como hicieron con el Gran Cthulhu, que dormita aún en la ciudad sumergida de R’lyeh; solo Yog-Sothot escapó de la prisión y vaga acompañado de algunos demonios por la inmensidad del vacío, esperando la oportunidad de liberar a sus hermanos y reanudar la guerra; muchos demonios vagan aún por lugares recónditos y muchas criaturas malignas fueron dejadas sueltas.

La Gran Guerra que es conocida como el primer Apocalipsis, fue devastadora, muchísimas especies de animales y plantas se extinguieron y otras sufrieron horribles mutaciones y los Dioses Arquetípicos se enfrentaron con la difícil y ardua tarea de la reconstrucción; tal fue el desorden de ese entonces que cuando parlamentaron entre sí por que nombre darle al nuevo mundo que construían, el que surgió fue unánime: Anzus.

Sin embargo la alianza no tardó mucho en resquebrajarse, el consejo que Gea había dejado a sus hijos de permanecer juntos y en armonía eternamente no fue escuchado, muchos habían sido los horrores de la guerra y algunos de los Dioses Arquetípicos se dejaron seducir por el inmenso poder que residía en las sombras (aunque sin llegar a los extremos de la adoración al caos) y pretendían sentar su soberanía por sobre los demás dioses.

Cuando llegó el momento en el cual se hizo mas que evidente la necesidad de crear un Ser que les ayudase en las tareas de reconstrucción de este desgarrado mundo, fue cuando se dio el desgarre definitivo en la alianza: cada uno quiso darle ha dicho ser sus cualidades propias y surgió la disputa entre ellos.
Al final cada cual, en mayor o menor relación con sus otros hermanos, fue creando una raza según su propia imagen y semejanza, tomando por modelo su propia forma (de allí el nombre de Arquetípico) y creando así las grandes razas que conforman Anzus.
El Nuevo Comienzo



La Era de los Arcaicos

Tras su alianza quebrantada, los Dioses Arquetípicos se distanciaron los unos de los otros y cubrieron con su poder a todo Anzus: De Norte a Sur, de Este a Oeste, sobre la Tierra y debajo de ella, desde la claridad de los Cielos hasta lo más oscuro de los Mares, desde la profundidad de los Bosques hasta lo más alto de las Montañas, en todo lugar daba inicio la reconstrucción de un mundo que, tras ser víctima de la guerra y el caos, debía comenzar otra vez.

El deseo de revivir a Anzus hacía trabajar arduamente a los Hijos de Gea, sin embargo, sus aspiraciones estaban lejos de cumplirse. Es por esta razón que cada uno de ellos, buscó la manera de dar forma a un nuevo ser que les ayudara en esta difícil tarea. Así comenzó la creación de las razas.

Quien intervino primero fue Mithas, Dama de la Ilusión, la cual tomando tierra fértil y agua de la vida, dio forma a un ser humano. A él le brindó mente y hablando a sus oídos, impuso su mandamiento más importante: “Mientras tengas la vida lucharás por lo que quieres. Serás versátil, astuto y por un siglo lucharás, aprenderás y vivirás”. Luego, multiplicándolo, dejó a sus hijos vivir en los valles del mundo.
Quien actuó después fue Ariadna, Dama de la Naturaleza, la cual cantando a los espíritus de los árboles y las flores, dio forma a un ser tan frágil y delicado como Natura misma. Esta vida fue llamada Elfo y susurrándole a todos ellos, la Diosa dijo: “De Natura nacieron y a ella han de servir, se encomendarán a mi siempre, sus sentidos los ayudarán a escuchar mi canto”. Y puso a muchos de ellos en los bosques de Anzus.
Mientras tanto, entre la piedra y el metal trabajaba Mahal, Diosa de la Construcción y la Creatividad, la cual viendo celosa la obra de su hermana Ariadna, tomó roca y la moldeó de tal manera que resultó una figura robusta y de baja estatura. Mahal, tras hacer un gran número de figuras, las bañó con su sudor y así nació la raza que bautizó como los Enanos, la mayoría de ellos machos. Entonces, viéndolos satisfecha, les dijo: “Construyan el mundo con sus manos, hijos míos. Como la piedra son fuertes, como la piedra son duros y como la piedra resistirán ante la adversidad”. Y diciendo esto, los dejó vivir con ella en sus dominios.
Ariadna, al contemplar tan extraña y brusca creación, privó a los Enanos de pisar sus bosques, creyendo que sólo traerían violencia y daño a sus hijos y fue así que Mahal se sintió ofendida por los pensamientos de su hermana. Entonces surgió el nuevo conflicto.

Quien se interpuso fue Sandre, Dama de la Benevolencia y la Luz, la cual, en su afán de poner fin a la cólera de sus hermanas, concentró su propia energía en sus manos, creando así a un ser etéreo y de gran belleza. Entonces, Sandre les habló con su suave voz: “Hadas, el mundo que se ha creado está lleno de enemistad. Vayan y den paz y amor a todo aquel que habite en él”. Fue en ese momento que más de un centenar de pequeños seres de Luz se liberaron de las manos de su madre y flotaron hasta llegar a cada ser que habitaba Anzus, incluso llegando a Mahal y Ariadna, las cuales llenándose del sentimiento puro de las Hadas, se alejaron la una de la otra, viviendo separadas en rencor y cuidando cada quien de sus hijos.

La Era de las Bestias


Las razas aprendieron a comunicarse, unas tenían sus civilizaciones, otras abandonaron sus nidos para vagar por años. No obstante, todas estas estirpes salvajes terminaron encontrándose. Desconfiadas y temiendo a aquellos que no eran como ellas mismas, cada una de las especies buscó la manera de defenderse, el resultado de esto fue una nueva batalla cruel y llena de muerte. No hubo raza que no se salvara de la violenta lucha.
Los Dioses horrorizados por lo que acontecía, calmaron la guerra dispuesto a salvar sus obras, sin embargo, notaron cómo sus hijos lucían diferentes: muchos de ellos habían obtenido nuevos rasgos, pues ya mucho tiempo habían estado mezclados, en especial con los Humanos.

Mithas, espantada por lo que acontecía, llamó ante ella a su hermana Beshaba, Señora de la Fertilidad, la cual admitió dar a los hijos de sus hermanos la capacidad de la procreación interracial. Tras las palabras de Beshaba, los Dioses impusieron el castigo; los hijos que creara de la Diosa en un futuro, estarían condenados y no podrían procrear y para castigar a quienes habían procreado entre razas, los Dioses castigarían con muerte una nueva época de mestizaje. La Dama de la Fertilidad, entristecida y llena de cólera, lloró de día y de noche hasta que sus ojos no tuvieron más agua que derramar comenzando a sollozar con lágrimas de sangre. Su dolor fue grande y se escuchó por todo el mundo y mientras ella lloraba desconsolada, los Dioses buscaron y encontraron a sus hijos, separándolos a todos y dándoles diferentes y nuevas tierras que habitar.

La Era de la Oscuridad

Seducidos por la violencia desatada y la sangre derramada por los hijos de los Hijos de Gea, se encontraban Gaeleth, Amo de la Demencia y también Kephisto, Señor de la Oscuridad. Refugiados en la humedad y la negrura de las cavernas, los dos hermanos esperaban deseosos a quienes pisarían sus dominios; Humanos, seres perdidos, inexpertos y a los cuales su madre había soltado sin desasosiego alguno.

Cuando estos entraron, sintieron el aliento escalofriante de Kephisto, el cual los miraba oculto en las sombras de las rocas. Tenían miedo y era natural, pues no sabían de los pasadizos, ni de la profundidad, ni de los peligros. Entonces, cuando ya muchos de ellos estaban dentro, el Señor de la Oscuridad alzó los brazos y sacudió con su enorme poder la caverna, derrumbando la entrada y encerrando a los hijos de Mithas con el, impidiendo que la Diosa pudiera encontrarlos alguna vez. Ahí los sometió a la tortura y envenenó sus almas con su poder siniestro. Kephisto habría creado de esta manera a los Demonios, criaturas perversas y tan oscuras como él mismo.
Por otra parte, Gaeleth había vagado por los bosques de su hermana Ariadna y al ver lo que ella había hecho, sintió envidia. Entonces, impulsado por aquel sentimiento y disfrazado de Elfo, engañó a los ojos de la Diosa y se llevó con él a algunos de sus hijos.
De vuelta en las cavernas oscuras, Gaeleth dio nueva forma a los Elfos, los hizo fuertes y resistentes, pero a la vez torpes y agresivos. A esta criatura la llamó Orco y les habló a sus mentes alteradas: “Fuerza y violencia, dos armas corriendo por sus venas, úsenlas sin compasión y consigan lo que quieran”. Entonces, los escondió en las cavernas del polo opuesto, ocultándolos de Kephisto.

Sin embargo, este, sorprendido de hallar a los Elfos en sus dominios, robó a su hermano y se quedó con los hijos de Ariadna que no habían sido alterados. Envenenó su carne con oscuridad y maldad, su piel se hizo negra y su cabello se plateó. Entonces Kephisto los llamó Drow y con voz amenazadora, dijo a ellos: “Los Bosques sin Sol serán sus dominios, hagan mal porque no recibirán lo contrario”. Y los dejó vivir con odio y resentimiento en la oscuridad de los reinos de la Diosa de la Naturaleza.

El tiempo pasó y el Amo de la Oscuridad no estuvo satisfecho de todo el mal que había causado.Así que nuevamente llamó a sus hijos los Demonios. Fue entonces que el Dios les dictó su mandamiento: “Son los Señores Oscuros, hijos de Kephisto se apoderarán de cada valle, cada bosque, cada montaña y cada arrollo. Todo lo que vean lo bañarán de maldad, pues sólo cuando el cielo y la tierra se cubra en tinieblas, Anzus será mía y de ustedes”. Y multiplicándolos, los propagó por el mundo.

Estos, con el propósito de causar la destrucción, anduvieron por Anzus junto a otros espíritus de odio y maltrataron a las razas para luego arrastrarlas a los dominios de su padre, quien cortaba su carne y su alma con el Hacha Descomunal del Odio Eterno.

Fue así como Kephisto se hizo poderoso y fue también así que como el comenzó su legado del terror como Dios de la Oscuridad y la Maldad.

La Era de la Violencia

En tiempos del poderío de Kephisto, señor del fuego y el caos y creador de las primeras razas malignas de Anzus, hay en medio de una era de la cual se sabe poco y que muchos ignoran los detalles: La era de la Violencia.

Pues se dice que aquellos que llegaron a saber lo que pasó en este período han muerto salvajemente por aquellos que no desean que se sepa que un día una diosa del Bien ayudó a los propósitos del Mal y la Oscuridad.

Pero hay sabios que aún lo recuerdan, por sueños que sus poderes les han permitido entrever y en los orígenes y límites de los bosques sombríos se oculta un susurro que cuenta una historia prohibida.
He aquí esa historia:

Dicen los sabios silenciosos que en aquel tiempo los dioses ya habían plagado a Anzus de sus criaturas y por un tiempo coexistieron con relativa normalidad. Parecía que no habría más creaciones ni inquietudes de las deidades por poblar o perturbar más a la tierra con los movimientos de nuevos seres, que depositaran nuevas visiones sobre aquellas que predominaban entonces por sencillo derecho de antigüedad.

Pero había dos dioses que no habían expresado todavía sus deseos ni destapado sus intenciones de alzar la voz en un único grito que sembrara en Anzus su presencia. Esos eran los gemelos Deiros y Veiros.

Ambos eran dioses del caos, sin embargo, aunque igualmente dispuestos que sus hermanos oscuros a sembrar el desorden y el dolor, todavía no habían decidido cómo hacerlo sin necesidad de apoyar los objetos de deseo o creación de los demás. Su consciencia divina les instaba a esperar a que el momento propicio llegara y por años enteros el mundo fue capaz de respirar sin su influjo aterrador, tan sólo envueltos en la delicada caricia de aquello que gobernaban.

Pues Deiros era el señor del tiempo y la fortaleza, heredero de un gran poder escondido que por aquel entonces sólo utilizaba para medir con paciencia las vidas de las razas hasta entonces creadas, siguiendo los deseos de sus hermanos y hermanas, amigos o enemigos, así como el estado de la vida que cada individuo poseía, haciéndolo o más fuerte o más débil.

Tal era el dios Deiros.

Y su hermano Veiros era el dios de la guerra y el caos. Gobernaba ante todos los conflictos habidos y por haber de Anzus y favorecía a las criaturas que, insufladas por el aliento maligno de Kephisto, se enzarzaban en feroces luchas sin cuartel. Se decía que sus ojos nunca descansaban mientras hubiera una guerra que mediar.

Tal era el dios Veiros.

Y eso es lo único que hubiesen sido de no ser porque un día, vieron su oportunidad encarnada en dos niños inocentes, hijos del gran señor feudal y superviviente de una extraña enfermedad llamado Maknafein.
Porque sucedía que aquel hombre, nacido en la antigua gran ciudad de Vetusy, había sido el único que había emergido a salvo del efluvio de la epidemia que asoló esas tierras y las convirtió en ruinas. Desolado por su suerte e incapaz de odiar otra cosa que la muerte, Maknafein viajó solitario a otras tierras, con los únicos planes de casarse y tener una numerosa descendencia que pudiera alegrar lo que quedara de sus sombríos días.

Pero el destino que todo lo trunca, aunque permitió a su halo misterioso y su hermoso atractivo conseguir una mujer a la cual amar y con la cual vivir, no le permitió tener hijos. Porque había salido vivo de su contacto con el Mal de Vetusy, pero no había salido indemne. Maknafein había conseguido moldear la enfermedad a su beneficio pero la dolencia le había cobrado un alto precio. El señor feudal era… tristemente estéril.

Y cuando finalmente el humano cayó en cuenta de esta realidad le rezó a la diosa de la fertilidad, la hermosa Beshaba con fervor. Porque deseaba hijos como nunca deseó nada en este mundo. Así que la divinidad, conmovida por su ruego y encontrando consuelo en su pedido, le permitió al año exacto de su plegaria el concebir con ayuda de su amada esposa, dos hijos, gemelos.

Mhezock y Methrammar.

Y ellos fueron los depositarios de todos los planes de los dioses, igualmente gemelos. En el pleno día de su nacimiento llegó el momento de que la perfidia de ambos se esparciera por las tierras de Anzus.

Y así fue como Deiros tomó bajo su manto a Mhezock, que de niño había sido mordido mágicamente por un murciélago. Y mirando sus ojos y transformando su naturaleza, el señor del Tiempo y la Fortaleza creó al primer Vampiro de este mundo.

A ese vástago de Maknafein Deiros le entregó poderes para ayudarlo a conseguir su propósito maligno de engendrar Maldad y Caos al mundo.

Y así, Mhezock de su dios obtuvo la oportunidad de alargar su vida mucho más que cualquier ser en Anzus, así como la más perfecta visión en la oscuridad y mayores reflejos de los que había tenido en vida siendo humano.

Pero de esas prerrogativas, Mhezock obtuvo también una maldición que sería transmitida a todos aquellos que compartieran su sino: no podría tener paz ni descanso hasta que bebiera de los otros su líquido vital, esa sustancia roja y espesa llamada sangre, matando a su portador a través de colmillos blancos y afilados que otorgaban una herida pequeña, pero mortal. Y lo condenó Veiros también al abrigo de la luz solar para que aprendiera a amar la oscuridad de la noche como su vida propia.

De esta forma Mhezock vagó por el mundo, quitando vidas sin sentir escrúpulos, derramando vidas y sangre para saciar su implacable sed.

Y la semilla de Deiros fue engendrada.

Methrammar, hijo de Maknafein, hermano gemelo de Mhezock, a manos, el dios de la guerra, tuvo un destino muy diferente.

Pues sucedió que Veiros quiso dar a su obra otro propósito distinto. Su elegido había sido mordido por un lobo, por lo que la deidad lo insufló de otros poderes acordes a su pasado. Lo que quería Veiros era muerte, no sed ni hambre, así que fue aquello lo que le otorgó a su protegido. Y así fue como nació el primer Lycan en el mundo, deseoso de cobrar la vida a todo aquel que a su paso encontrara y de la forma más brutal posible. Y para facilitar esta tarea, el dios de la guerra otorgó a Methrammar la capacidad de transformarse en un ser con rasgos semejantes al canino que le había mordido, pero con mucha mayor fuerza, la capacidad de pararse en dos pies y una talla más poderosa y ágil. Su olfato era mayor que cualquier ser en Anzus, su capacidad de esconderse de su presa intachable y empatía con aquellos animales que consiguieran parecerse a lo que el lycan era.

Así pues, cuando estas dos fuerzas creadoras desataron a sus criaturas por primera vez en la civilización, nació la Era de la Violencia.

Y el miedo abatió a cada criatura viviente en Anzus, porque ni el vampiro ni el lycan deseaban ni amistad ni apego a nada. Y mataban con facilidad y gracia, desterrando la vida a su paso y oscureciendo el cielo del terreno que pisaban. Y estas criaturas, viva imagen de todo aquel sentimiento destructor y helado, fueron la perdición de muchos seres vivos en Anzus.

Y cien y mil veces Beshaba lloró su decisión de haber otorgado la vida a los hijos de Maknafein.
Pues por su causa la verdadera violencia nació en el mundo.


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